lunes, 7 de febrero de 2011

Y dónde me queda la tierra para echar raíces

Hasta que la especie no actúe por la conciencia, la necesidad nos mantendrá esclavizados


Uno no puede vivir pegado al mar, porque no sabe en que momento se produce un maremoto, un ciclón, un huracán; así mismo pasa con las orillas de ríos, las montañas. La gente sabe que ahí no se puede vivir, por eso hacían las casas alejadas de esos sitios, ninguna cultura natural (que no haya nacido de la guerra) construyó casa fuera de la lógica natural; pero la cultura capitalista, el poder, la guerra, la ambición, no lo saben, ni les interesa saberlo, simple y llanamente se cogen a punta de machete y bomba atómica todo lo que consiguen a su paso y a quien se le oponga, le vuelan la cabeza. Esa ha sido la historia en el territorio venezolano; de manera que hoy estamos millones de seres, arrinconados, en barrios de las periferias de las ciudades, en los copitos de las montañas, destruyendo los pocos acuíferos de agua dulce, o en las orillas de carreteras y autopistas; mientras que la vista se nos pierde extasiada, en la soledad de la tierra con un solo dueño.

Los pobres somos una isla rodeados de tierras por todas partes, sin tener siquiera seguro el pedacito donde descansar definitivamente.

Nosotros debemos ir dando conversas sobre todos esos hechos, debemos preguntarnos ¿Quiénes éramos, de dónde veníamos y cómo se nos cortó de raíz? ¿Cuándo nos cortaron nuestras raíces? ¿Por qué cada uno de nosotros tiene un descendiente andino, oriental o llanero? ¿Por qué, cada uno de nosotros que vive en Caracas o las grandes ciudades, tiene a alguien que viene de un pueblo, esa es la historia que cada quien tiene en su pasado como pobre, es nuestra historia, es la historia de los sacados por los terratenientes, por el taladro petrolero, el que estableció cercas de ciclón por primera vez, los que construyeron pueblos mineros, sin tomar en cuenta lo que dañaban, sólo les interesaba la riqueza, lo demás no le importaba, porque además odiaban y odian este territorio, ellos no eran de aquí y en nombre de la plata, nos impusieron su cultura, hasta los nombres y apellidos nos cambiaron, nos cambiaron la decencia, por la trampa, el saqueo, el robo y el crimen, que trajeron de sus lejanas tierras, la humildad por la prepotencia del ignorante con plata, la sensatez por la ordinariez, lo comedido por la prosistura, la chabacanería y el machismo; hasta que nosotros, hoy como pobres, imitamos todas las malas costumbres, que nos llegaron del extranjero y se nos remacha por los medios de información, con el inmenso mal gusto, que allí se refleja y que nosotros, como esponjas, absorbemos; al final también terminamos odiando donde vivíamos, su arquitectura, su comida, su paisaje, sus habitantes, sus árboles y animales, nos volvimos extranjeros en el territorio que nos vio nacer. Nos enseñaron a ser delincuentes contra nosotros mismos.

Vivimos en un extraño país atomizado, negros viviendo en puntos donde no eran de negros, andinos viviendo en puntos que no eran de andinos, llaneros viviendo en puntos que no eran de llaneros; había un cruce de cultura, que más que quererse, se odiaban, se vacilaban entre si, se generaban piques (en medio de toda esta vaina, a partir de los setenta, el país se llenó de pino y grama en los jardines, para aparentar ser extranjeros de verdad, eso lo hicieron los ricos, si no la clase media y uno que otro pobre pendejo, que en sus delirios demagógicos, el gobierno de turno, les había regalado una casa) Como pueblo, nos fuimos odiando y eso en alguna medida lo alimentaron los ricos, a través de los medios de información, y generaron en los programas humorísticos, todo eso de joder al maracucho, al andino, al barloventeño, al oriental, a los llaneros, a los guaros; a los coreanos, a los negros, a los indios, a cada uno nos jodieron, que ese es bruto, este es ladrón, el otro es gafo, el otro es feo, el de allá es salío; nos estereotiparon, nos dividieron y nos escoñetaron; por eso debemos preguntarnos, sobre esos hechos, en donde la clase media, sólo esperaba que la burguesía vendiera el país al mejor postor y le diera su migaja, para irse a vivir a Miami.

Esa era la propaganda que se dejaba colar, porque este país y que era una mierda, que el Estado no servía, que la industria básica, la petrolera, la CANTV y cuanta vaina costara una plata, había que venderla; hasta tenían armada una propuesta, de Venezuela, como franquicia turística.

Hoy en medio de esta revolución los pobres en cada punto, cada caserío debemos averiguar qué decían, cómo hablaban, los que se quedaron, los que tienen algo que contarnos, los que todavía tocan un tambor, un cuatro y no lo venden, los que todavía cantan a capela, los que todavía curan gusaneras con oraciones, para descubrir detalles, como el de que la gente puede vivir sin dinero, la gente puede vivir agradablemente sin medio, saber cómo un pobre en medio de una pea regala plata, porque no sabe qué hacer con ella, o el cuento de Andrés un tremendo amigo, músico campesino que vivía de ganarle el jornal día a día a quien lo contratara, un día lo fuimos a visitar y entre tragos, conversa y música terminamos en medio de una pea hablando de lo bonito de la amistad y de que la plata no era necesaria para vivir y que la plata no era importante, entonces Andrés nos dice yo si necesito plata, mucha plata, muchísima plata, entonces nosotros sorprendidos (porque Andrés siempre ha sido una persona muy humilde en su cotidianidad, no por pobre, sino por su sencillez, que hace presumir que todo le sobra; es un hombre con mucha dignidad) le decimos, coño Andrés, pero para qué quieres tanta plata, entonces él nos responde, yo necesito mucha plata, para sacarme una foto con ustedes mis amigos, y mandarla a montar y tenerla ahí en la pared del rancho, para cuando ustedes no estén, recordarlos como si estuvieran.

Esa es la gente que en algún lugar recóndito de este país, conserva la raíz, la savia, que algún día hará posible, construirlo con otra ética o con la ética de los Andreses de este mundo.

En medio de esta revolución, debemos tratar de conseguir gente, que imagine país, que construya país, desde lo sencillo, valorándolo todo, no como lo mío o mi pertenencia, sino como a lo que pertenecemos y estamos obligados a cuidar. No seguir sosteniendo un país de carajos, en su gran mayoría con un gran ego, y una ambición, que aun siendo todos, músicos, pintores, poetas, el país le importa un carajo, sólo lo quieren para ellos comérselo, disfrutarlo, venderlo, descuartizarlo.

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