lunes, 7 de febrero de 2011

Qué de lágrimas, me dice Otilio Galíndez

Y esa luna que amanece/Alumbrando pueblos tristes/

Qué de historias/

Qué de penas/Qué de lágrimas me dice

Otilio Galíndez


En este retazo de canción están reflejados quinientos y más años de tragedia colectiva, pero está dicho con tanto afecto, que el llanto se nos vuelve pensamiento.

Los pueblos pueden destruirse, o ser destruidos, de mil formas y maneras, por diversos intereses; pero siempre dentro de ellos habrá seres que protegerán la ternura y la dignidad para días propicios. Otilio, es uno de esos seres que atesoró un sentimiento, una manera de ver y ser la vida que se vivió en este territorio convertido en mina por el miedo, el hambre y la ignorancia; para cuando dejemos de ser el minero que somos, podremos valorar en cada parranda este tierno legado que la tierra nos heredó por la vía del cuerpo de Otilio Galíndez.

En estos días de grandes batallas en el campo de las ideas, sirva de agarradero la obra y conducta de Otilio, para decir cosas necesarias, que nos permitan aclarar está pesadilla de la cual venimos y que nos obliga a soñar la posibilidad de ser país desde otra perspectiva; la del corazón colectivo. Por ahora digamos lo pensado sobre lo vivido.


Pesadilla I

Ministerio de cultura invita a la región barloventeña al taller de Culoepuya, Mina y Curbeta dictado por experto alemán quien enseñará novedosas técnicas.

Éramos un bandón de gente, buscando gente, como quien dice, buscando lo que no se nos había perdido. ¿O sí? Andábamos por todo el país, recorriendo calles, de barrios miserables, caseríos de orilla de carreteras y copitos de montañas, donde nos había arrinconado el terrateniente, o la voracidad del capital, rumiando la rabia, siempre ahogada en violencia, droga televisiva y física, (llámese alcohol o cualquier otra), mirándonos hacia dentro, doliéndonos, buscándonos, como gente con raíz, preguntándonos ¿dónde está ese amoroso territorio que el cuerpo, nos dice desde lo profundo que existió, que existe o puede existir?, porque el otro, (el minero, el imitador, el que siempre quiere irse del territorio, el de las prosperidades y los desarrollos y los progresos, el que siempre quiere ser o compararse, con lo llamado primer mundo, como si fuéramos varios planetas, el que dice que sin el celular y la televisión nos moriríamos, que sin la internet el planeta colapsaría, olvidándose de los miles de años de existencia, sin esa tecnología), se había perdido en el fragoroso mundo de los papeles estatales y las artimañas de los empresarios delincuentes, dueños de la propiedad privada en la que nunca invirtieron, ni trabajaron; pero que se chupaban y chupan, apoyados por políticos de mala maña que por comisiones y viajes a Houston entregaban a las transnacionales, toda la materia prima y la mano de obra barata, sin importar la cantidad de mochos, tuertos, tullidos, ñecos, ciegos y drogados, que engrosaban las filas de la pobreza extrema, sin tomar en cuenta la desaparición de ríos, contaminación de mares, destrucción de montañas. Dueños que pululaban y aun pululan conspirando desde hace quinientos años contra la posibilidad de ser país. Propietarios añorantes de lo extranjero, adoradores de lo otro, odiantes y avergonzados de lo originario; que transcurrido el tiempo por vía de sus escuelas y medios de información, nos transmitieron sus miedos, sus hambres y sus ignorancias, logrando que todos como pueblo, nos convirtiéramos en un arreo, de consumidores silenciosos de sus porquerías, al punto de que lloramos y nos caemos a coñazo por entrar de primero, cada vez que se inaugura un centro comercial. ¡Mierda carajo!


Pesadilla II

Experto argentino será contratado por el Ministerio de Agricultura y Tierra, para dictar talleres a los campesinos venezolanos, sobre la siembra del topocho y el ocumo chino.

Eran los años ochenta, la derrota de la izquierda había dejado unos retazos de organizaciones, que por un lado habían pactado o se habían acogido a la rutina de la vida cotidiana del capitalismo, con su compra venta, y por otro, un sinfín de grupos, que iban desde lo moderado, hasta la loquetera sin rumbo, que mágicamente, aspiraban a que los gobiernos cayeran, pero que no tenían un proyecto de país, como no fuera lo imaginado desde los pegostes ideológicos venidos de Europa, Asia y después, de la revolución cubana. Todo parecía no tener salida, la sociedad se deterioraba aceleradamente, los planes era vender el país a como diera lugar e irse a vivir a Mayami, cuanto antes, y que los gringos resuelvan su problema como mejor les parezca, porque de todos modos esa mina siempre había sido de ellos. Venezuela, hasta en el humor; era franquicia.

Mientras tanto nosotros éramos los desarraigados, los odiados de siempre, los calificados como: “chusma”, “turba”, “facinerosos”, “borrachos”, “flojos”, “vagos”, “pata en el suelo”, “sucios”, “zarrapastrosos” “monos”, “lumpen”, “perraje”, “malandros”; buscando respuesta a tanto abandono, a tanto no querer a un país, por parte de sus élites gobernantes, de sus dueños, legalizados en el crimen de la propiedad privada, de sus llamados poetas encumbrados, de sus pintores, de sus músicos, de sus teatreros, ministriles de arepa y ron, con nombre de vino y cabiar, en pulidos salones; de donde después del espectáculo, eran expulsados y sólo les quedaba la voz del amargo chisme, o cuando mucho el jalabolismo eterno, en la búsqueda del ansiado premio que los nombre, cayéndose a piña limpia, por controlar ateneos y casas de culturas o agregadurías en las embajadas; de sus sindicalistas vendidos al mejor postor, de los gremialistas defensores de parcelas conuqueras que les permitían satisfacer sus pequeñas miserias.


Pesadilla III

Taller sobre preparación del sancocho de busco, será dictado a la población venezolana del oriente del país, por sabio austriaco, quien fue contratado por el ministerio de turismo.

Éramos los indígenas y campesinos, expulsados de la tierra por el terrateniente o las máquinas del progreso y el desarrollo, transmutados en obreros, deambulando soledades, rumiando incomprendidos despechos por las calles de ciudades, sin concierto ni armonía, de ritmo enfermizo, hechas desde el apuro de quien debe saquear e irse, porque no tiene ninguna relación afectiva o telúrica con la tierra, eramos solamente un invasor, aun cuando hayamos nacido aquí, porque así fuimos criados, con rabia, odio, sudores, sangre, lágrimas; las nuestras. Eramos todo el despojo acumulado como mercancía en desecho, en un territorio devastado, expoliado, contaminado, con hijos añorando vivir en el extranjero extrañados en la conciencia que les geneneró la escuela, la iglesia y toda la institucionalidad que nos obliga a no ser nosotros, a ser imitadores, a buscar en el afuera lo sobrado en el adentro. Eramos en esencia el desarraigo telúrico cultural heredado por el capitalismo.


Pesadilla IV

Taller sobre fabricación de churuatas, caneyes y chabonos, se efectuará en las inmediaciones de la Estancia, dirigido por el arquitecto italiano, saquiandetti goriletti, quien enseñará a los indígenas la antigua técnica.

Éramos los mal viviendo y comiendo en ranchos, multiplicándonos como conejos y llenando el cerebro, con la cultura máquina, que nos niega en permanencia; perdiendo en cada esquina, el baile, la inteligencia a flor de labios, la gestualidad, la culinaria, la manera del abrazo y el pensamiento calmo; mientras que, en medio de las peas y las drogas, tratábamos de hacer un sancocho de pescao fresco en fogón, en la sala de un apartamento o a la orilla de una carretera, tal y como antiguo lo vimos o nos lo contaron en los campos de donde veníamos, negándonos como si fuéramos lo indeseable, perdiendo la dignidad en cada gesto, dándole la razón por un plato de caraotas a quien menos la tenía, apoyando políticos de mala entraña, para que nos entregaran, cada vez que quisieran, a los dueños de las transnacionales y sus secuaces internos, fomentando lo extranjero, como una salvación, conciliando los desprecios, con tal y los hijos salgan de abajo, negando lo interior para ponderar lo foráneo, aplaudiendo el miserable espectáculo, en nombre de la belleza.

Éramos una trulla de gente buscándose así misma, en los caminos de Juan Gregorio Malave, de Pio Alvarado, José Romero Bello, de Andrés Rodríguez, El gallo de Quiriquire, de José “Chele” Romero, de Tomás Montilla, de José “Chele” Romero, de Guadalupe García, de Juan Esteban García, de Guillermina Ramírez, de Luis Mariano Rivera, de Luís Lozada el Cubiro, de José Romero Bello, de Dámaso Figueredo, de Augusto Sánchez, de Cantalicio, de Magín Bericote, de Pancho Prin, De Pablo la Ñema, de Raúl Orozco, de Micaela Marcano, de Alfredo Almeida, de Eduviges Molina, del Caimán de Sanare,de Julio Chacín, de Reyita Tapia, de María Rodríguez, de José Ramón Villarroel, El Huracán del Caribe, de Aquiles Nazoa, de Otilio Galíndez, que nos seguimos buscando en el alma de Rafael Martínez El Cazador Novato, de José Farías Anjá mi Maestro Anjá, de Perucho Aguirre, de Rogelio León, de Chelías Villarroel, de Ignacio Muñoz, El Ruiseñor de Oriente, de Asciclo Rodríguez, El pollo de los Morros, de Rafael Echeverría, el Fin Fin de La Pastora, de Evaristo Pino, El Grillo, de Los Hermanos Camacaro, de Eneas Perdomo, de Roosvelt Prado, de Teresa Mendoza, de Margarito Aristiguieta, de Teresa Cedeño, de Mario Cedeño, de Genaro Prieto, de Manuel Luna, de Francisco Subero, El Cocuyo del Cafetal, de José Antonio Bolívar, y de muchísimos otros cayapos, que habitaron y habitan playas y campos, sosteniendo por encima de todo avatar, la por sencilla, maravillosa cultura, que puede construirnos como país; sin pose, sin imitaciones, sin copiaderas costosas, porque sabiéndolo o sin saberlo, estos hombres y mujeres, se encargaron de recopilar la sensibilidad de un pueblo sano, en ese gesto de no moverse de la tierra, de no pescar en el río de la ilusión, de creer en si mismo, de sostenerse, de la raíz del corazón; cuando nada queda, como única respuesta a tanto desdén.

Estas claves, nos harán árbol aferrado, con todas las fuerzas, a la tierra, que con alegría habremos de volver.


Pesadilla V

Con el fin de promover nuestro turismo, el ministerio construirá siete imitaciones de Disney World que serán administradas como núcleos endógenos.

Éramos la horda buscándose en el adentro, venciendo la vergüenza de mirarnos a nosotros mismos, tratando de saltar el muro vergonzante de la imitación, el arribismo y la chabacanería, con que se nos construía, desde la fábrica, la radio, la televisión, las iglesias, los periódicos, las escuelas; quitándonos los ruidos de la cultura, del divino hacer, de las bellas artes, de lo sinfónico, del boato y la parafernalia, de los grandes salones; para darnos cuenta del inmenso saqueo espiritual del que fuimos y somos objeto por parte de los piratas del arte, tanto internos, como extranjeros, percatándonos que en vez de exaltarnos, como pueblo, nos hundían en la miseria intelectual; quitándonos las vendas, para ver con claridad que el llamado (teatro, música, pintura, baile) arte nuestro, expresado en los grandes teatros del regodeo y los pulidos salones, no era más que la vulgar imitación de lo extranjero y ni siquiera de buena fe, sino por imposición, sin darnos cuenta que por muy buenos imitadores que seamos, siempre seremos el otro, que nos aplaudirá con un dejo de burla, “son muy buenos para imitar, lo hacen como si fuéramos nosotros”, los imitadores no se dan cuenta, que por muy bueno que sea un alemán tocando culoepuya, sólo será un buen imitador de los barloventeños.

Éramos la gente, preguntándonos ¿Cuándo fue?, qué una caterva de académicos, dueños, promotores de espectáculos y seudos artistas; se dieron a la tarea, de por un lado, ningunear la cultura originaria, campesina, conuquera, pesquera, artesanal, y por otro robarle lo vendible de ella, sus cuentos, sus mitos, su música, su artesanía su pintura, desprovista de todo el entorno colectivo que le hace posible, la forma como se produce, esa que no tiene la necesidad de ser mas de lo que ya es, la que no requiere del espectáculo, la que no necesita venderse, ser nombrada, premiada, concursada, subastada, la que en fin no busca reconocimiento para vivir.

Éramos nosotros preguntándonos ¿cómo fue? qué nosotros mismos nos catalogamos de folcloristas o cultores populares, dándole fuerza a la palabra del dominador.


Sueño uno

Hasta que hicimos posible el 1989, año que habrá de cambiar para siempre esta historia de pesadillas; porque aquí se termina la relación umbilical con el capitalismo y comienza la posibilidad, de que seamos nosotros. Sólo la ignorancia, la fuerza de la costumbre y la cobardía de los líderes, nos devolverá por un ratico; pero nosotros insistiremos hasta dejar de ser lo que somos, y nuevamente ser raíz.

Recordar o exaltar a Otilio Galíndez, (que de paso fue chavista y como él todos los demás, aun antes de que Chávez existiera; incluso, muchos de ellos contribuyeron a que Chávez fuera chavista; sin que a lo mejor él se diera cuenta) no tiene que ver con el ego miserable, sino con la necesidad del sano inventario, que debemos hacer como pueblo, para cuando todo este sistema cultural se vaya por el desaguadero de la historia y podamos pensar, qué país construir, dónde construirlo, con quién construirlo, y por encima de todo, qué ética habrá de sustentarlo, qué modelo de producción nos hará juntos.

Estamos seguros, que el legado de estos artistas, es una fuente primaria (en donde debemos sumergirnos, ya no como saqueadores, sino como aprendedores, para saber, de dónde vienen las cosas tiernas y que entorno las hacen posible) a la hora de escoger camino.

Ojalá, el marasmo no continúe tapando nuestras mentes y seamos capaces colectivamente, de inventar el país que soñamos a partir de la sencillez y la ternura de estos seres que tanto nos amaron en el tiempo del odio foráneo, que aun amenaza con aplastarnos, con su tecnología depredadora y, que ciegamente nuestra tecnocracia, se empeña en imitar como salida, en vez de mirarnos en el adentro, preñado de vida.

Digamos de una vez, de afuera nos llegó la tragedia y sólo los miserables se conforman con la cura, pero nosotros, como pueblo, estamos obligados a ser nosotros y eso no puede ser posible, sino en la medida que amemos cada partícula del territorio, cada acto creador que nos enaltezca.

El afuera, aun de buenas intenciones, mientras no seamos nosotros, es una grave amenaza; sólo el cobarde, el endeble, añorará la cultura de los amos, con el justificativo de lo bello y sublime; como si los cantos de Otilio o Luís Mariano no lo son.

Amaremos verdaderamente al que venga, cuando aprendamos a querernos sin empalizada alguna.

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